sábado, 19 de enero de 2008

Balthasar Klossowski de Rola, Balthus


Balthus (Balthasar Klossowski de Rola) aplicó lo que Claude Roy denomina el ‘enlucido balthusiano’ a la restauración e incluso a la decoración de la Villa Médicis, sede de la academia de Francia en Roma, que dirigió entre 1961 y 1977 por nombramiento de André Malraux (que era ministro de cultura en la Francia de aquel tiempo). Se trataba de una mezcla de dos o tres colores aplicados con esponja o con brocha. Así se obtiene un colorido que transmite la sensación de una especie de vibración ahogada, de una superficie ‘viva’.


Horace Vernet, su predecesor en el cargo había encargado en 1830 la instalación de una estancia turca decorada a la moda oriental en el piso elevado de la Villa Médicis. Allí pintaría Balthus ‘la habitación turca’, la japonesa con espejo negro, y ‘la japonesa en mesa roja’, cuadros en que el artista quiso reconciliar la perspectiva occidental con la visión oriental.



Malraux (novelista, arqueólogo, teórico de arte, activista político), no satisfecho con nombrar a Balthus para el cargo en Roma, decidió enviarlo a Japón a organizar exposiciones de arte francés. En el país del sol naciente el pintor conoció a Setsuko, la interprete que acabaría por ser su modelo, su amante y su esposa. Fue ella quién posó para los tres lienzos citados, y sería ella quién le transmitiría, en su último viaje desde la Villa Médicis al gran chalet de Suiza, la recomendación de un poeta de Edo para aquel pintor de ‘cosas estancas’: debía pintar ‘debía pintar retratos del artista mediante objetos interpuestos’.



En ‘La habitación turca’, Setsuko posó como odalisca en la estancia árabe y todos los detalles del cuadro reflejan, a modo de filigrana, la presencia del artista. La estancia soñada por Horace Vernet que sirvió de decorado para la tela era representativa del orientalismo en boga en la época de ‘Baño turco’ un lienzo pintado por un Ingres…


octogenario en 1863, exactamente cien años antes de que Balthus comenzara ‘la habitación turca’ (en 1835, Ingres había sucedido a Verne en la dirección de la Villa Médicis).

El desnudo de Balthus es de hecho un homenaje a los admiradores de Ingres. El lienzo cierra infinidad de símbolos femeninos, como el espejo de metal japonés pulido, que representa el alma femenina en Oriente, o el plato con huevos, también iconos femeninos, colocado ante la ventana, la copa y el jarrón situados sobre una mesa redonda podrían considerarse un tributo a Giorgio Morandi, el maestro italiano del bodegón fallecido en 1964 (mientras Balthus realiza ‘la habitación turca’), quién había adoptado una técnica parecida a la de Balthus.

Setsuko posó asi mismo para ‘Japonesa con espejo negro’ ‘Japonesa en mesa roja’, dos telas que beben del género pictórico japonés denominado Shunga, en el cual la imagen erótica simboliza el renacimiento de la primavera.


No obstante , mientras que la tradicción aboga por figuras exiguas, Balthus optó por crear grandes planos, a la manera de las obras de Utamaro de finales de la década de 1790. El momento retratado podría denominarse ‘después del amor’; la joven se acerca el espejo para comprobar si el amor la ha vuelto más bella, más deseable.

Balthus había sentido inclinación por el arte oriental desde su tierna infancia. Con apenas trece años leyó un libro sobre China y su pintura que le marcaría para toda la vida. Desde entonces demostró una pasión desmedida por todo lo procedente de Extremo Oriente y, a través de la lectura, descubrió la obra y la vida del maestro taoísta Tchuang.

Rilke quedó absolutamente conmocionado al contemplar lo que describió en una carta dirigida al joven Balthus como ‘esos dibujos con los que habéis acompañado vuestros recuerdos de la novela china’ y, apreciando que el joven mostraba un ‘instinto artístico’ tan profundo que ‘la invención era arrebatadora y de una facilidad que daba fe de la riqueza de vuestra visión interior’ se convenció de que, a partir de aquel momento, la pintura sería la vocación de su joven amigo.

.

Balthus, quien había pasado gran parte de su infancia en Saboya, en el valle suizo de Busey, encontraba aquellas montañas parecidas a las reproducciones de los paisajes de la dinnastía Song que había contemplado en su libro.

Desde entonces, observó las montañas suizas con los ojos de un paisajista chino y los incontables paisajes que pintó a lo largo de su carrera, desde ‘La Montaña’ a ‘Paisaje de Champrovent’ o el campo arbolado de ‘El campo triangular’ , compartieron una versión perfilada por las estampas de, entre otros los paisajistas japoneses Hokusai y Hiroshige, de quienes adoptó las técnicas de sombreado y perspectiva inclinada.

‘Durante mi infancia y adolescencia’, confiará a Philippe Dagen, ‘cuando vivía en el campo, contemplaba las montañas, la nieve y el invierno por la ventana. En la pintura japonesa descubrí esa misma contemplación de la naturaleza. Y de ahí nació mi pasión por el Extremo Oriente. No es que me haya vuelto de afiliación japonesa; lo que ocurre es que comparto con la cultura nipona un tipo de mirada y me ha conmovido reconocerla, pero no se trata de ninguna influencia.



Tchuang-Tseu que nos sugiere ser semejantes a un espejo…

”’ El espejo perfecto ve todo pero no retiene nada. No nombra nada, no compara nada, no juzga nada, no rechaza nada, no deforma nada. Tales son los factores esenciales de la atención justa. Su práctica conduce a una agudeza de percepción intensamente concentrada en la momentaneidad de cada instante presente”’

En la parte inferior del retrato a lápiz de Michelina (1976) que dedicó a su hijo Sanislas, Balthus transcribió la estrofa con la que Lewis Carroll concluye Alicia a través del espejo:

”’Y aunque la sombra de un suspiro
quizá lata a lo largo de esta historia,
añorando esos ‘alegres días de un estío de antaño’,
y el recuerdo desvanecido de un verano ya pasado…
no ajará en su infeliz aliento

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Balthasar Klossowski de Rola, Balthus


Balthus (Balthasar Klossowski de Rola) aplicó lo que Claude Roy denomina el ‘enlucido balthusiano’ a la restauración e incluso a la decoración de la Villa Médicis, sede de la academia de Francia en Roma, que dirigió entre 1961 y 1977 por nombramiento de André Malraux (que era ministro de cultura en la Francia de aquel tiempo). Se trataba de una mezcla de dos o tres colores aplicados con esponja o con brocha. Así se obtiene un colorido que transmite la sensación de una especie de vibración ahogada, de una superficie ‘viva’.


Horace Vernet, su predecesor en el cargo había encargado en 1830 la instalación de una estancia turca decorada a la moda oriental en el piso elevado de la Villa Médicis. Allí pintaría Balthus ‘la habitación turca’, la japonesa con espejo negro, y ‘la japonesa en mesa roja’, cuadros en que el artista quiso reconciliar la perspectiva occidental con la visión oriental.



Malraux (novelista, arqueólogo, teórico de arte, activista político), no satisfecho con nombrar a Balthus para el cargo en Roma, decidió enviarlo a Japón a organizar exposiciones de arte francés. En el país del sol naciente el pintor conoció a Setsuko, la interprete que acabaría por ser su modelo, su amante y su esposa. Fue ella quién posó para los tres lienzos citados, y sería ella quién le transmitiría, en su último viaje desde la Villa Médicis al gran chalet de Suiza, la recomendación de un poeta de Edo para aquel pintor de ‘cosas estancas’: debía pintar ‘debía pintar retratos del artista mediante objetos interpuestos’.



En ‘La habitación turca’, Setsuko posó como odalisca en la estancia árabe y todos los detalles del cuadro reflejan, a modo de filigrana, la presencia del artista. La estancia soñada por Horace Vernet que sirvió de decorado para la tela era representativa del orientalismo en boga en la época de ‘Baño turco’ un lienzo pintado por un Ingres…


octogenario en 1863, exactamente cien años antes de que Balthus comenzara ‘la habitación turca’ (en 1835, Ingres había sucedido a Verne en la dirección de la Villa Médicis).

El desnudo de Balthus es de hecho un homenaje a los admiradores de Ingres. El lienzo cierra infinidad de símbolos femeninos, como el espejo de metal japonés pulido, que representa el alma femenina en Oriente, o el plato con huevos, también iconos femeninos, colocado ante la ventana, la copa y el jarrón situados sobre una mesa redonda podrían considerarse un tributo a Giorgio Morandi, el maestro italiano del bodegón fallecido en 1964 (mientras Balthus realiza ‘la habitación turca’), quién había adoptado una técnica parecida a la de Balthus.

Setsuko posó asi mismo para ‘Japonesa con espejo negro’ ‘Japonesa en mesa roja’, dos telas que beben del género pictórico japonés denominado Shunga, en el cual la imagen erótica simboliza el renacimiento de la primavera.


No obstante , mientras que la tradicción aboga por figuras exiguas, Balthus optó por crear grandes planos, a la manera de las obras de Utamaro de finales de la década de 1790. El momento retratado podría denominarse ‘después del amor’; la joven se acerca el espejo para comprobar si el amor la ha vuelto más bella, más deseable.

Balthus había sentido inclinación por el arte oriental desde su tierna infancia. Con apenas trece años leyó un libro sobre China y su pintura que le marcaría para toda la vida. Desde entonces demostró una pasión desmedida por todo lo procedente de Extremo Oriente y, a través de la lectura, descubrió la obra y la vida del maestro taoísta Tchuang.

Rilke quedó absolutamente conmocionado al contemplar lo que describió en una carta dirigida al joven Balthus como ‘esos dibujos con los que habéis acompañado vuestros recuerdos de la novela china’ y, apreciando que el joven mostraba un ‘instinto artístico’ tan profundo que ‘la invención era arrebatadora y de una facilidad que daba fe de la riqueza de vuestra visión interior’ se convenció de que, a partir de aquel momento, la pintura sería la vocación de su joven amigo.

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Balthus, quien había pasado gran parte de su infancia en Saboya, en el valle suizo de Busey, encontraba aquellas montañas parecidas a las reproducciones de los paisajes de la dinnastía Song que había contemplado en su libro.

Desde entonces, observó las montañas suizas con los ojos de un paisajista chino y los incontables paisajes que pintó a lo largo de su carrera, desde ‘La Montaña’ a ‘Paisaje de Champrovent’ o el campo arbolado de ‘El campo triangular’ , compartieron una versión perfilada por las estampas de, entre otros los paisajistas japoneses Hokusai y Hiroshige, de quienes adoptó las técnicas de sombreado y perspectiva inclinada.

‘Durante mi infancia y adolescencia’, confiará a Philippe Dagen, ‘cuando vivía en el campo, contemplaba las montañas, la nieve y el invierno por la ventana. En la pintura japonesa descubrí esa misma contemplación de la naturaleza. Y de ahí nació mi pasión por el Extremo Oriente. No es que me haya vuelto de afiliación japonesa; lo que ocurre es que comparto con la cultura nipona un tipo de mirada y me ha conmovido reconocerla, pero no se trata de ninguna influencia.



Tchuang-Tseu que nos sugiere ser semejantes a un espejo…

”’ El espejo perfecto ve todo pero no retiene nada. No nombra nada, no compara nada, no juzga nada, no rechaza nada, no deforma nada. Tales son los factores esenciales de la atención justa. Su práctica conduce a una agudeza de percepción intensamente concentrada en la momentaneidad de cada instante presente”’

En la parte inferior del retrato a lápiz de Michelina (1976) que dedicó a su hijo Sanislas, Balthus transcribió la estrofa con la que Lewis Carroll concluye Alicia a través del espejo:

”’Y aunque la sombra de un suspiro
quizá lata a lo largo de esta historia,
añorando esos ‘alegres días de un estío de antaño’,
y el recuerdo desvanecido de un verano ya pasado…
no ajará en su infeliz aliento

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jueves, 17 de enero de 2008

Ralph Ueltzhoeffer





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weishaupt

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Angelina Jolie

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lunes, 14 de enero de 2008

Rosemarie Trockel










Figura clave del arte contemporáneo alemán, Rosemarie Trockel (n. 1952) irrumpió en una escena artística ampliamente dominada por grandes figuras masculinas hacia fines de la década del ’70, que incluía a Anselm Kiefer, Martin Kippenberger, Sigmar Polke, y Gerard Richter, entre otros. Desde temprano, en compañía de Mónica Spruth, primero colega artista y luego su galerista, se interesó en el lugar de la mujer tanto en el mundo del arte como en la vida cotidiana. Frecuentemente viajaban a Nueva York, ciudad en la cual la mujer artista cobraba una voz cada vez más vigorosa, como en los casos de Barbara Kruger, Jenny Holzer, o Cindy Sherman, todas notoriamente activas y visibles.


 


Rosemarie Trockel, artista, fotograf�a, dibujo, assemblages, instalaciones


 


En esa época, Trockel ya era una prolífica dibujante, al tiempo que realizaba sus primeros films y esculturas, que ocuparían gran parte de su producción en la década del ’80 junto a sus emblemáticas Pinturas tejidas. Por su parte, los ‘90 serán años de contínua indagación en el dibujo, la instalación, y el video, las disciplinas principalmente presentes en esta exposición.


 


Rosemarie Trockel, artista, fotograf�a, dibujo, assemblages, instalaciones


 


 


La exposición Rosemarie Trockel incluye una selección representativa del dibujo y el video en Trockel, así como sus Pinturas tejidas (1992, 2002) y la prominente Máquina de Pintar (1990). Dibujo y video son aquí tanto obras en sí mismas como medios de exploración y propuestas, donde puede apreciarse la indagación de Trockel en los temas que principalmente la motivan. Entre éstos, la metamorfosis ocupa un lugar central.


 


 


Rosemarie Trockel, leben-heisst


 


 


 


De imagen en imagen, Trockel transmuta al hombre en mono, al mono en hombre, al hombre en celebridad o incluso en monstruo o en animación. Es notorio el caso de su video Buffalo Milly + Billy (2000), donde no sólo se da un fluir de irónicos hombres-monstruos cuyos disfraces remiten al mundo infantil (o incluso primario), sino que aquí el dibujo se superpone al video convirtiendo a la filmación en una fascinante animación. Este constante devenir, tanto del hombre como del medio utilizado, refieren a la imposibilidad de establecer con certeza una identidad fija.


En la serie de dibujos “B.B./ B.B.” (1993), Trockel trata el tema puntual de la identidad. Estos dibujos combinan los retratos de Bertold Brecht y Brigitte Bardot, posibilitando la creación de una imagen intermedia, “entre” estas figuras. Y al mismo tiempo, en estas obras, Trockel explora una temática que le fascina: el fenómeno de la celebridad, que como la marca, o el logotipo, son signos fuertes, cargados, y así perfectos para la deconstrucción que la artista procede a realizar sobre los mismos.


 


 


Trockel se resiste al dogma, en todas sus variantes, cuestionando preconceptos y lugares comunes. Entre sus exploraciones, cuestiona fervientemente dos situaciones: las categorías legitimadoras del sistema del arte, y los estereotipos construidos en torno a lo femenino.


 


En sus numerosos dibujos, Trockel invalida la noción de estilo, al proponer giros entre uno y otro, al pasar del comic al documento a la ilustración, o de la pincelada suelta al puntillismo. Así se niega a ser encasillada en una caracterización estática que pueda ser legitimada. Pero asimismo, en su Máquina de Pintar (1990), Trockel cuestiona los mecanismos de autoría en la pintura. Con su marco de hierro del cual cuelgan numerosos pinceles realizados con cabellos de sus colegas artistas - cuyos nombres aparecen identificados- la Máquina de Trockel produce dibujos que contienen las marcas de ocho pinceles / cabellos en simultáneo. Así debate irónicamente la noción de “marca de autor” en tanto instancia legitimadora del arte, mientras establece la paradójica posibilidad de la obra grupal bajo su propia autoría.


 


A través de la referencia a la máquina, Trockel cuestiona la situación de la mujer en el arte y en la vida cotidiana. Pues la artista constantemente revierte los preconceptos de lo mecánico como masculino, y lo artesanal como lo femenino, cuando en sus obras propone cruces entre estos conceptos usualmente disociados. Por ejemplo, sus Pinturas tejidas están realizadas mecánicamente a partir de un diseño digital.


 


Así, Trockel une el tejido típicamente asociado al mundo de la artesanía femenina, con la máquina, aquella instancia asociada al trabajo del hombre. Y postula la posibilidad de una mujer conceptualizada desde el mundo del trabajo.


 


 



img_phobia.jpg


 


 


Descoloca tanto una como otra referencia para tornarlas sinsentidos. Y aplica estos cruces entre géneros constantemente, como cuando recurre a la moda o al peinado para explorar tipologías sociales; o cuando aplica la clave minimalista—en un gesto típicamente masculino—a obras con hornallas eléctricas asociadas al mundo de lo femenino.


 


En la obra de Rosemarie Trockel estamos frente a una postura entre femenina y feminista, siempre distante y objetiva respecto de su sujeto de estudio. Esta distancia Brechtiana le permite proponer contínuamente una resignificación de lo dado, de lo legitimado y establecido, para postular la transformación misma y el continuo cuestionamiento como claves de su concepción del mundo.


 


 



 


 

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Rosemarie Trockel










Figura clave del arte contemporáneo alemán, Rosemarie Trockel (n. 1952) irrumpió en una escena artística ampliamente dominada por grandes figuras masculinas hacia fines de la década del ’70, que incluía a Anselm Kiefer, Martin Kippenberger, Sigmar Polke, y Gerard Richter, entre otros. Desde temprano, en compañía de Mónica Spruth, primero colega artista y luego su galerista, se interesó en el lugar de la mujer tanto en el mundo del arte como en la vida cotidiana. Frecuentemente viajaban a Nueva York, ciudad en la cual la mujer artista cobraba una voz cada vez más vigorosa, como en los casos de Barbara Kruger, Jenny Holzer, o Cindy Sherman, todas notoriamente activas y visibles.


 


Rosemarie Trockel, artista, fotograf�a, dibujo, assemblages, instalaciones


 


En esa época, Trockel ya era una prolífica dibujante, al tiempo que realizaba sus primeros films y esculturas, que ocuparían gran parte de su producción en la década del ’80 junto a sus emblemáticas Pinturas tejidas. Por su parte, los ‘90 serán años de contínua indagación en el dibujo, la instalación, y el video, las disciplinas principalmente presentes en esta exposición.


 


Rosemarie Trockel, artista, fotograf�a, dibujo, assemblages, instalaciones


 


 


La exposición Rosemarie Trockel incluye una selección representativa del dibujo y el video en Trockel, así como sus Pinturas tejidas (1992, 2002) y la prominente Máquina de Pintar (1990). Dibujo y video son aquí tanto obras en sí mismas como medios de exploración y propuestas, donde puede apreciarse la indagación de Trockel en los temas que principalmente la motivan. Entre éstos, la metamorfosis ocupa un lugar central.


 


 


Rosemarie Trockel, leben-heisst


 


 


 


De imagen en imagen, Trockel transmuta al hombre en mono, al mono en hombre, al hombre en celebridad o incluso en monstruo o en animación. Es notorio el caso de su video Buffalo Milly + Billy (2000), donde no sólo se da un fluir de irónicos hombres-monstruos cuyos disfraces remiten al mundo infantil (o incluso primario), sino que aquí el dibujo se superpone al video convirtiendo a la filmación en una fascinante animación. Este constante devenir, tanto del hombre como del medio utilizado, refieren a la imposibilidad de establecer con certeza una identidad fija.


En la serie de dibujos “B.B./ B.B.” (1993), Trockel trata el tema puntual de la identidad. Estos dibujos combinan los retratos de Bertold Brecht y Brigitte Bardot, posibilitando la creación de una imagen intermedia, “entre” estas figuras. Y al mismo tiempo, en estas obras, Trockel explora una temática que le fascina: el fenómeno de la celebridad, que como la marca, o el logotipo, son signos fuertes, cargados, y así perfectos para la deconstrucción que la artista procede a realizar sobre los mismos.


 


 


Trockel se resiste al dogma, en todas sus variantes, cuestionando preconceptos y lugares comunes. Entre sus exploraciones, cuestiona fervientemente dos situaciones: las categorías legitimadoras del sistema del arte, y los estereotipos construidos en torno a lo femenino.


 


En sus numerosos dibujos, Trockel invalida la noción de estilo, al proponer giros entre uno y otro, al pasar del comic al documento a la ilustración, o de la pincelada suelta al puntillismo. Así se niega a ser encasillada en una caracterización estática que pueda ser legitimada. Pero asimismo, en su Máquina de Pintar (1990), Trockel cuestiona los mecanismos de autoría en la pintura. Con su marco de hierro del cual cuelgan numerosos pinceles realizados con cabellos de sus colegas artistas - cuyos nombres aparecen identificados- la Máquina de Trockel produce dibujos que contienen las marcas de ocho pinceles / cabellos en simultáneo. Así debate irónicamente la noción de “marca de autor” en tanto instancia legitimadora del arte, mientras establece la paradójica posibilidad de la obra grupal bajo su propia autoría.


 


A través de la referencia a la máquina, Trockel cuestiona la situación de la mujer en el arte y en la vida cotidiana. Pues la artista constantemente revierte los preconceptos de lo mecánico como masculino, y lo artesanal como lo femenino, cuando en sus obras propone cruces entre estos conceptos usualmente disociados. Por ejemplo, sus Pinturas tejidas están realizadas mecánicamente a partir de un diseño digital.


 


Así, Trockel une el tejido típicamente asociado al mundo de la artesanía femenina, con la máquina, aquella instancia asociada al trabajo del hombre. Y postula la posibilidad de una mujer conceptualizada desde el mundo del trabajo.


 


 



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Descoloca tanto una como otra referencia para tornarlas sinsentidos. Y aplica estos cruces entre géneros constantemente, como cuando recurre a la moda o al peinado para explorar tipologías sociales; o cuando aplica la clave minimalista—en un gesto típicamente masculino—a obras con hornallas eléctricas asociadas al mundo de lo femenino.


 


En la obra de Rosemarie Trockel estamos frente a una postura entre femenina y feminista, siempre distante y objetiva respecto de su sujeto de estudio. Esta distancia Brechtiana le permite proponer contínuamente una resignificación de lo dado, de lo legitimado y establecido, para postular la transformación misma y el continuo cuestionamiento como claves de su concepción del mundo.


 


 



 


 

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